No soy de reivindicar a los militares. Generalmente no me gusta su verticalidad, no la comprendo, no me gusta sus sitema ni menos la idea de que alguien sea mejor que yo porque porte un arma. Tampoco creo en lo indispensable de una fuerza armada, pero se que todo pueblo está obligado a tenerla y, muchas veces, a sufrirla.
El otro día contestaba una carta de lectores reivindicando la memoria. Una memoria sobre una época que no estuve en forma conciente (la edad no me lo permitía) pero que quiero tener presente hasta que se haga justicia. No obstante, si debo ser justo, esto también es parte de la memoria. Puedo no compartir ideas con el tipo de gobierno que se va a tratar a continuación, pero merece mi respeto.
Aqui transcribo una carta de lectores que me parece oportuno hacerlo, por la memoria...
A!
La patria fusilada
El bombardeo sobre plaza de Mayo fue la antesala de la trágica irrupción oligárquica-imperial que tres meses después iba a acabar con el gobierno democrático del general Perón. Un gobierno que entre 1946 y 1955, partiendo de un país tan pobre, injusto y dependiente como el que hoy sufrimos, supo construir una nueva Argentina justa, libre y soberana, modelo para todas las naciones de América. En la noche del 9 de junio de 1956, a nueve meses del derrocamiento del presidente constitucional Juan Domingo Perón por la autodenominada Revolución Libertadora, militares y civiles peronistas intentan recuperar el poder por las armas. Los generales Juan José Valle y Raúl Tanco, junto con el teniente coronel Oscar Lorenzo Cogorno, encabezan una dispersa rebelión cívico-militar que tiene sus focos aislados en Buenos Aires, La Plata y Santa Rosa. El 10 de junio, a menos de 24 horas del levantamiento peronista y cuando ya no existen focos de resistencia, el gobierno de facto encabezado por el general Pedro Eugenio Aramburu y el almirante Isaac Rojas lanza el decreto Nº 10.364, que impone la ley marcial. La pena de muerte debía hacerse efectiva a partir de entonces. Sin embargo, se aplica reatroactivamente a quienes se habían sublevado el sábado 9 y ya se han rendido y están prisioneros. El artículo 18 de la Constitución nacional vigente hasta ese momento aseguraba: "Queda abolida para siempre la pena de muerte por motivos políticos". No obstante, con una velocidad sorprendente el régimen de la Revolución Libertadora ordena que en menos de 72 horas se efectúen los fusilamientos de militares y civiles en seis lugares distintos. En plena campaña de cacería y matanza, para sorpresa de todos, el general Valle se presentó en el velatorio de uno de sus camaradas asesinados, el coronel Cortinez. El general podría haberse asilado en una embajada, pero al atardecer del 12 de junio decide entregarse para poner fin a la matanza. A pesar de que ha encabezado el levantamiento antes de la instauración de la pena de muerte, lo fusilan a las diez de la noche. Entre esa noche y los dos días siguientes fueron pasados por las armas 27 oficiales y suboficiales de las fuerzas armadas, y por lo menos los 5 civiles asesinados en los basurales en José León Suárez. Sin proceso, sin decreto de fusilamiento, sin aviso previo, por orden verbal del jefe de policía de la provincia de Buenos Aires, teniente coronel Desiderio Suárez, transmitida al jefe de la unidad regional San Martín de esa repartición, donde se hallaban detenidos. Los fusilamientos de civiles se efectuaron en la madrugada del 10 de junio de 1956, en un basurero existente en la intersección de la calle 9 de Julio y avenida Márquez de la localidad de José León Suárez. Una comisión policial condujo hasta allí a los prisioneros y les disparó sorpresivamente. Hasta ese momento las víctimas ignoraban que alguien los hubiese condenado a muerte y por qué. "Dentro de pocas horas usted tendrá la satisfacción de haberme asesinado", le dice el general Juan José Valle en una nota al general Pedro Eugenio Aramburu, poco antes de morir fusilado. Con fusilarme a mí bastaba. Pero no, han querido ustedes escarmentar al pueblo, cobrarse la impopularidad confesada por el mismo Rojas, vengarse de los sabotajes, cubrir el fracaso de las investigaciones, desvirtuadas al día siguiente en solicitadas de los diarios y desahogar una vez más su odio al pueblo. De aquí esta inconcebible y monstruosa ola de asesinatos. Entre mi suerte y la de ustedes me quedo con la mía". Finalmente, Valle cierra su carta con un ruego: "... que mi sangre sirva para unir a los argentinos. Viva la Patria".
Roberto Capdevila (Venado Tuerto)
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