2008-11-07

Los dos leones - Parte III

“Estoy vencido porque el mundo me hizo así, no puedo cambiar…”
César


Se me venía el mundo encima. Yo quería que Ana me viera, pero ahora no sabía si salir corriendo o que. El empate de ellos llegó en nuestro peor momento, con Huey y Chilo cambiando el aire como si fuera su último suspiro, al cual se aferraban a la vida. Con Antenita perdiendo el invicto y la confianza. El resto solo mirábamos con terror. Nada, pero nada de lo que hicimos pudo detener a Miguel. Es cierto que no era mucho, pero nos sentíamos jugadores. No estábamos pavoneando con nuestros resultados y ahora eso nos jugaba en contra, nos agregaba presión y para mi era tener el Everest sobre los hombros.
¿Para que luchar contra lo inevitable? La letra de la cancion de Andres Calamaro se sumaba a mi desconcierto mental y la frase de su estribillo daba vueltas y vueltas en mi atormentado cerebro. ¿Si estaba vencido antes de empezar, para que seguir? Para que tratar de postergar lo inevitable, lo que siempre, a fin de cuentas, terminaba sucediendo. Hacer el ridículo, que todos se rían y luego la lástima. El -pobre idiota, nunca va a aprender- estaba más cerca que nunca. Pero bueno, si va a pasar lo de siempre, que pase. Espero que Ana sepa valorar el esfuerzo.
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La señora De Perro observaba con su mirada glacial. Ojos azules, cabello rubio, más de un metro setenta de estatura, era una mezcla de alguna diosa nórdica con una tropa de asalto alemana de la segunda guerra mundial. E impartía disciplina con el mismo rigor de soldado. Estaba en el patio, junto al rector, Coco, algunos preceptores y todos los chicos de los años menores.
-Sr César, este viernes usted tiene que participar del acto inter-escuelas. No se olvide que es el abanderado, que representa algo importante, por más que le digan lo contrario, por más que haya quienes no crean en usted.
Yo no creía lo que estaba escuchando. Había corrido como loco junto a Chilo y el oxígeno (o la falta de él) me estaba haciendo ver alucinaciones. ¿La señora De Perro que, creíamos, no le había sonreído en su vida ni a su propio padre, estaba alentando a Cesar?
Lo miré a Chilo, pero estaba ocupado tratando de ordenar el partido. No se lo que dijo, porque los gritos de los chicos eran ensordecedores. Otro factor que me hacia dudar de lo que creí haber escuchado. Me acerque a Antenita y le dije que se quedara tranquilo, que era lógico que alguien nos hiciera un gol. Que no se preocupara más que de atajar, que con Chilo íbamos a dejar todo en este tramo. Y los otros chicos también iban a apoyar. No se si le llegó, pero se paró firme en el arco, como si se enfrentara a un peloton de fusilamiento.
-Señores, este es el último partido – nos advirtió Coco – luego entran los de primero a hacer gimnasia. Pero viendo que están empatados contra los chicos estudiosos – y se le notaba un tono jocoso en lo que decia- vamos a esperar los diez minutos o al que haga el primer gol.
Me dio bronca, odio… primero creí que porque me había metido en el grupo de los nerds con eso de “los estudiosos”, pero luego me di cuenta que eso no me interesaba ya. Me había dolido que tratara con tanto desdén a los chicos que se habían roto el alma para ponerse a la altura de los jugadores, de la circunstancia. Si siempre había dejado todo en la cancha, hoy iba a ser como nunca. Hoy yo, Huey, iba a jugar con mi hermano gemelo dentro del campo.  Chilo estaba pensando algo similar, porque cuando sonó el silbato (Coco quería protagonismo y se posicionaba como referí) salió con su velocidad habitual a marcar. Yo también salí, pero a marcarlo a Miguel. Charangus puso el pecho y se arrimó a Germancito, quien le sacaba varias cabezas de ventaja. Daba pena ver lo que, parecía de antemano, una lucha definida en contra del artista del golpe.
Miguel estaba con una sombra, la mía (y la de mi hermano gemelo si fuera necesario), pegada a su nuca. Haciéndole sentir que no iba a salir entero de ahí. Chilo presionaba y presionaba sin darse un respiro. César, pálido, buscaba la mejor forma de parar los embates de Leonardo, un eximio jugador de ajedrez, parco, pausado, pero que le pegaba tremendamente fuerte, y marcaba con más fuerza, sin miedo a golpear como el fútbol demanda.
Primera pelota que paró y le dio al arco con dirección. Tengo que admitir que no confié en César, ni me imaginé lo que iba a suceder. Pero se tiró a los pies y paro la pelota. Le quedó ahí nomás (todos estábamos atónitos ante semejante movimiento de su parte) e hizo lo suyo. La tiró para adelante.
Chilo la corrió dejando a Germancito, el dios nordico, parado. Llegó con lo justo y cuando todos esperábamos el remate fuerte, la picó por arriba del Gato. Este No se como hizo, pero voló hacia atrás de forma poco ortodoxa y, con la punta de los dedos, la sacó. Le cayó a Leonardo, que había vuelto, y salió para adelante. Yo lo seguía a Miguel, quien con su experiencia me paseaba por toda la cancha, menos por donde estaba la pelota. Charangus le salió al cruce con furia no contenida. Leo la pasó a Yiyo, quien quedó mano a mano con Ayudante. Lo dejó en el camino con una buena bicicleta y, mientras la tribuna rugía, le dio al arco de derecha. Antenita estaba tocado. El gol le había quitado fe; casi no reaccionó y vio pasar la pelota hacia el fondo de la red.  pedí por favor que no entrara. Pegó en el palo con un estruendo que fue el detonador de un alarido de frustracion por parte de quienes estaban afuera, derrotados por nosotros. Vino el saque de arco y me la tiraron a mí, pero quedé enredado entre Germancito y Miguel, que me estaba devolviendo el favor de la marca.
De esos siete minutos restantes recuerdo seis de marca, quite, fricción. Lucha y màs lucha.  De César dejando la vida en cada pelota que le pasaba cerca, ensuciando el uniforme de gimnasia que le duraba desde primero, ya que nunca se había sentado siquiera en el césped. Algo había escuchado sobre su madre ultra creyente y de cómo lo reprimian en su casa. Pero ese día no parecía que la mirada materna, de haber estado, lo intimidara. Corría, transpiraba, se arrojaba con decisión, y hasta nos arengaba.
-Huey, dale, metele. Dale que vos podes. Chilo, quedate arriba así los preocupas- nos susurraba cuando nos pasaba cerca. Era lo que necesitábamos escuchar, lo que queríamos decir, pero por el esfuerzo no podíamos emitir sonido. César parecia un mariscal de campo. Con Chilo nos miramos y sonreímos. No había burla en nuestras risas. Estábamos contentos de verlos así. Porque los tres metían esfuerzo como poseídos por el furor del momento. Y Antenita estaba recuperando su forma. Sacó varios pelotazos de Leonardo que, de haber sido un día normal, habrían entrado.
-Ultimo minuto chicos – nos avisó Coco. – Si termina así, así se queda. No hay penales.
Era dar todo por un minuto más. Lo poco que quedaba, pero sin mezquindad. Yo pensaba que teníamos que tener una más, por tanto esfuerzo, tanto valor. No me equivocaba. Pero no iba a llegar como la lógica dictaba, porque ese día la lógica estaba en algún aula de alguna otra escuela, pero no en ese campo.
Chilo estaba tirado atrás, conmigo, haciendo zona. Una y otra vez me repetia: -concentrado Huey, dale que no pasan mas por aca!!!
 Los chicos por delante de nuestra línea, eran la primera defensa, los que se lanzaba sin pensarlo, los que perseguían, se sacrificaban y nos dejaban a los atacantes medio rendidos a nuestros pies. Pero eso tenía su lado negativo, ya que no podíamos salir al ataque. Todo en ofensiva quedaba supeditado a lo que pudieran hacer Ayudante, Charangus y César. Y no era mucho realmente.
Creo que fue la ultima jugada (y si quedaba más tiempo nunca lo supe) con Miguel desparramando habilidad por el campo, encarando y dejando en el camino a Charangus. Me tocaba a mi interceptarlo, escalonado en la marca. Dolido en mi pierna izquierda por un patadón de Leonardo, fui con mis últimos recursos. La tiró larga, sobre mi derecha (mi lado flojo) y cuando me había sacado un metro le pegó con fuerza. Pero yo lo había adivinado y ya estaba derrapando. Llegué con lo justo, pero no a golpearlo. Pude interceptar el pelotazo con la rodilla, por lo que no fue al arco sino que se levantó unos tres metros hacia arriba.
Ahí venía a la carga Germancito, con toda su fuerza de granadero en pleno combate de San Lorenzo y la inercia resultante de semejante carga, a cabecear. Estaban todos lejos, con pocas posibilidades de llegar. Un cabezazo desde ahí era como un penal con la cabeza. Para colmo de males, Antenita había resbalado al querer salir por lo que no hubiese llegado con el salto. Era el fin, un gol casi hecho sin que importara nuestro amor propio o nuestro esfuerzo. Pero resulto que ese “gol casi hecho” y no “hecho del todo” lo posibilitó Chilo. Llegó a toda velocidad, lo máximo que se podía esperar de él, lo que nos había hecho ganar la posta de 4 por cien metros en los intercolegiales. Apareció como una exalacion, como si sobre un rayo desplazara, pero no fue a cortar la pelota. Hizo algo que le valió dolor y sufrimiento; chocó contra Germancito para evitar que este cabeceara con firmeza. Y le fue mal en lo físico, porque hasta el día de hoy recuerda la semana que paso quejandose del dolor. La pelota quedó boyando y Charangus la reventó, presa del pánico (todos sufrimos en esos segundos de incertidumbre) hacia adelante. Por ahí estaba Cesar, a quien le cayó la número 5, mansa a sus pies.
No quiero omitir nada en honor a la gesta deportiva; pero, sobre todo, en honor a César.
Salió despedido hacia adelante, con ese tranco cansino que no se lo daba la tranquilidad sino la falta de actividad física. Nunca supe si era zurdo o derecho (el se había acomodado por la izquierda al comenzar…) pero llevó la pelota bien cerca suyo, cuidándola como a un hijo pequeño. Y corrió, corrió sin mirar una sola vez hacia atrás, sin pensar si estaba vencido o no, sin escuchar los gritos de afuera, las burlas, los reproches de su madre que le darían vueltas en la conciencia, sin importarle si llegaría entero al acto del viernes. Con una idea fija en su mente. La de ser un León. Así enfrento al arquero, que había sacado todo lo que le habíamos tirado con Chilo, que estaba seguro de si mismo. El corazón me latía de forma ensordecedora pero igual corrí un poco hacia adelante, y eso me permitió ver lo que pasó.
César enfrentando al Gato. David y Goliat es una imagen trillada, pero no creo que estuviese muy lejos de la realidad. Puso el pie izquierdo, sin mucha fuerza, apenas tocando la pelota bien abajo y se la levantó por encima del cuerpo. La pelota iba bien, al arco seguro. Me permití una esperanza, pequeña,  incrédula, pero esperanza al fin. Y vi como iba comenzando a bajar detrás del arquero, sin oposición. Pero Leonardo había llegado casi con lo justo. Si bien no podía alcanzar la pelota de cabeza sin riesgo de meterla él mismo (o romperse la cabeza contra el travesaño), aun le quedaba un recurso. Tiró una chilena con un movimiento grácil, elevándose como si careciera de peso, con la pierna izquierda en alto, el movimiento de la derecha comenzando de abajo, yendo al encuentro de la pelota para sacarla con furia e interrumpir la parabola que tenia destino de gol. Venia volando, literalmente, a riesgo de su físico. A punto de lograr su cometido.
Entonces sucedió lo que mis ojos me mostraron pero la razon siempre se nego a creer. Yo estaba con un sentimiento de desesperanza insoportable, no queriendo admitir que la realidad nos demostraba lo lejos que estábamos de lograr el milagro, cuando vi sobre el travesaño dos figuras aladas, de manos y pies regordetas, imágenes vivas de la inocencia, sentadas una al lado de la otra. Pero luego, al mirar sus ojos, vi un brillo ladino, picaresco, a punto de alguna travesura. El más pequeño de los dos se apiadó de César, y cuando Leonardo estaba por darle a la pelota, en el fin de su vuelo vengador, el querubín la elevó con una de sus frágiles manos, haciendo estéril el esfuerzo y dejando que, por fin, en ese momento que pareció un siglo, en ese instante que se condensaba en el latido de un corazón, entrara la pelota dentro del arco para convertirse en gol.
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La explosión de la gente fue un trueno. Pensé que la pelota no iba a entrar, que Leonardo iba a llegar con semejante esfuerzo. Pero de la forma que le había pegado tenía que ser gol. Jamás pensé que me iba a salir, pero ahí estaba volando la pelota, yendo hacia donde yo pretendía y, en último momento, esquivando milagrosamente al defensor para ir a descansar contra la red. Todos entraron corriendo a la cancha, a festejar con nosotros. Yo estaba debajo de la montaña de gente compuesta por Chilo, Antenita, Ayudante y Charangus. Huey estaba inmovilizado mirándonos, como no atreviéndose a creer, con más temor que yo de despertar. Pero no estábamos dormidos y, entre los aplausos de la señora De Perrone (había lágrimas en sus ojos, aunque ella siempre lo negó) las risas de Coco y los celadores, salí de debajo de la montaña e inicié otra, con Huey como base. Le contagié la risa y ya estaba gritando – ¡Vamos carajo!- una y otra vez.
El Pasa, mi mejor amigo, una enciclopedia del fútbol pero que nunca había jugado más de cinco minutos, vino corriendo a buscarme. Compartimos la alegría con un abrazo interminable. Lo que para otro no era más que un partido, para mí (y él lo sabía) era una historia para recordar por el resto de nuestras vidas. Nos fuimos juntos con Chilo y Huey, caminando a nuestras casas. Para donde miráramos veíamos chicos de otros cursos que nos miraban y comentaban como si de un partido legendario se tratara, como si fuera la final del mundo. Creo que todos sabían quienes éramos y en que nos habíamos convertido.
Hoy metieron como leones – nos dijo Huey.
¡Se graduaron de Leones! – Agregó Chilo – Si hay que seguir jugando, búsquenme que juego con ustedes sin pensarlo – alcanzó a gritar mientras se subía al quince negro, el colectivo que lo dejaba cerca de su casa.
Huey se separó de nosotros unas cuadras mas adelante, nos saludó y nos expresó tambien su lealtad. Nunca volvimos a jugar con ellos. Nunca se dio, y eso que nos buscaron. ¿Pero que podía superar aquello? Creo que nunca más jugué para no arruinar el recuerdo de ese dìa.
Cuando nos quedamos solos con Pasa, no soporté más la incertidumbre y le pregunté lo que me estaba anudando la garganta, lo único que creí me importaba en ese momento. Y lo que solo a él me había atrevido a confesarle.
-Pasa, ella me vio hacer el gol? te dijo algo?
- Hace dos semanas que no viene a la escuela. Tiene varicela. La madre le conto a mi vieja... hey, me escuchaste, boludo? me escuchas, Leon?
-Si… dale, vamos a almorzar. Che, gracias por lo de León.
LGS

9 comentarios:

Anónimo dijo...

El personaje Leonardo tiene pinta de crack pero no todo lo que brilla es oro. Sinceramente creo que lo más acertado es la observacion de la falta del miedo a marcar "como el futbol manda", con los dientes apretados y los botines de punta. Y una observacion interesante es saber que las pelotas enviadas por este jugador no deberían ser interceptadas por la humanidad de nadie, a sabiendas de poder terminar magullado.

Muy buen cuento, pinceladas de potrero mediante, aunque no recuerdo que sucediera exactamente asi. La imaginación volo alto, como uno de los arqueros.

Salute.

Anónimo dijo...

Claro que no sucedio todo asi, pero el cuento es cierto.
Esos partidos fueron reales y el equipo de los leones tuvo como participantes a esos mismos jugadores con sus verdaderos sobrenombres.

PD: Leo el que pateaba fuerte... no era gay?
PD1: que sigan los cuentos, sale más barato y son buenos.

JFK

Dolores dijo...

re lindo cuento....pude visualizarlo todo!!!! una ternura total...bss

Bruja dijo...

muy lindo cuento!
precioso.
un beso.

LGS dijo...

D.Johanson: Gracias!!! lo saqué medio rápido (porque se que si me pongo a limarlo, lo termino en 3 años) asi que tiene algunos errores... pero bueno, gracias igual! Bss

Bruja: gracias tambien por los elogios. Por cierto, no puedo acceder a tu blog sin invitación... pasó algo?
Beso para vos tambien.

Eric dijo...

Gran final. Me emocionó y me gustó mucho cómo lo fuiste llevando. Veo que la comparación con Fontanarrosa de la primera parte estaba completamente justificada.

LGS dijo...

Eric: Me alegro que ye haya gustado el cuento. Pero me sorprendio que te haya emocionado. No pensé que podía llegar a eso un escrito mío. Con respecto a la comparación con el Negro Fontanarrosa, me sigue pareciendo sumamente exagerado... siglos luz exagerado!!! pero gracias igual. je.

Saludos!!!

Eric dijo...

Podés hacerlo, totalmente. Dale para adelante, yo te sigo y veo que somos unos cuantos (aunque no tengas la opción de "hacerse seguidor" en el blog!).

Anónimo dijo...

espetcular una tormenta de literatura real segui asi gay yo te vanco agunte rosari central!!!!